viernes, 15 de agosto de 2014

BOLAÑO y su "Estrella distante"


 
Me gustaría decir que “releo” la Estrella distante de Bolaño, pero en realidad esta es mi primera -y muy tardía- lectura. Por mucho que uno lea, siempre llega tarde a la cita con libros importantes. La suerte es que este tipo de obras saben esperarnos y no nos reprochan la demora, siguen intactas, disponibles, dispuestas para recibirnos. En el caso de Estrella distante, queriendo brillar para hacernos partícipes, desde las primeras páginas, del emerger de la figura diabólica del supuesto poeta autodidacta Ruiz-Tagle (Carlos Wieder) en tiempos de pre-golpe chileno, de los destellos crecientes del monstruo, del torturador disfrazado en aquel entonces aún de joven artista. No tarda en llegar la densidad narrativa que siempre logra Bolaño (sí, sigue logrando, no cabe aquí el pretérito imperfecto), su misterioso talento sobreabundante que desborda los límites de sus historias como si le faltara espacio y, sobre todo, tiempo. Porque la de Bolaño –después supimos- era una carrera veloz, agónica, para darlo todo, para expresar pronto, como si lo volcara, lo mucho que tenía dentro. Pero  estamos en medio de unos talleres de poesía. Es 1973. Y en medio del grupo –entre gente libre y llena de sueños, gente capaz de amar- crece entre palabras la sombra del teniente-aviador Carlos Wieder, de la Fuerza Aérea Chilena. El supuesto aviador-poeta. Pronto llegará el Golpe. Años después, la búsqueda emprendida por el amigo Bibiano, su seguir las pistas de Juan Stein y de Soto en el exilio (poetas profesores de aquellos talleres), recuerda en la lejanía a otra desesperada búsqueda, la del escurridizo/fantasmal Archimboldi en 2666. Cómo explicar todo lo que Roberto Bolaño va abriendo frente a tus ojos, y en tu mente, mientras lo lees, ese despliegue a la vez humano y sobrehumano, contingente y necesario. A veces los monstruos son capaces de inquietar y superar a sus propios hermanos de armas y sangre. Así Wieder –tras la exhibición aérea por el cielo de Santiago entre nubes de tormenta- con su macabra exposición fotográfica en una pequeña sala donde se entra en fila de uno: el puro horror fotografiado, la constancia seriada de lo inhumano. Y Bolaño encaminándonos hacia el giro final: dar con el paradero del criminal Carlos Wieder una vez que aparece esa figura necesaria, Romero, el sagaz ex policía en otro tiempo condecorado por Allende. Cuando ya piensas que Bolaño se ha perdido por digresiones acerca del submundo del cine porno y una profusa relación de revistas literarias de la extrema derecha… de nuevo te ves en la persecución del macabro Wieder y ya nada va a distraerte. Han pasado veinte años de la barbarie, pero los verdugos siguen teniendo sus horas de tomar café por mucho que se encuentren bien lejos. Y todo tenía y tiene, pues, sentido en la narración, y ya no parece haber una palabra de más ni de menos: nada falta, nada sobra, porque ese tramo final es simplemente adecuado, justo, perfecto.

lunes, 4 de agosto de 2014

Una sugerencia de verano

A este libro le pasa como a su autor, que antes era de playa, pero se adapta sin problemas a vivir o ser leído en la montaña. Algunos testigos ya lo confirman, 9 de cada 10... Una sugerencia de verano, con el rubor y las disculpas de quien se autopromociona, pero creo que estos relatos lo merecen.